Cuando llegué me encontré las orillas totalmente alborotadas, con una actividad frenética de las carpas. Estaban plenamente afanadas en perpetuar la especie, para lo que buscaban parches de vegetación sumergida.
Con semejante alboroto y las carpas tan centradas en esos menesteres, parecía que se torcía la jornada que, a pesar del fresco de la primera hora, lucía radiante y primaveral. Pero no contaba con un aspecto muy importante: los huevos pueden ser un alimento muy suculento y fácil de conseguir. Los barbos también lo saben, y pude observar muchos ejemplares rondando a los grupos de carpas y alimentándose en esas plantas sumergidas, seguramente comiendo esos huevos. Tuve la suerte de engañar algunos de ellos, y lo que es mayor fortuna, de acercarlos a la orilla. Cuando la cangrebou caía al agua en sus proximidades necesitaban satisfacer su curiosidad y, una vez estaban cerca, una ligera animación de la mosca servía para desencadenar la picada.
Pero no con todos tuve tanta suerte. Los barbos grandes, esos que los que me leéis asiduamente sabéis que llamo "Sir Arthur" no suelen dar muchas opciones y mucho menos perdonan los fallos. El que ayer picó lo hizo en una playa, por lo que el miedo a que cortase el hilo contra las pizarras como el otro día era menor, pero cuando la tensión al otro lado de la línea cesó y ví que la mosca seguía atada al final del terminal me acordé de vuestros comentarios acerca del anzuelo que uso para atar la cangrebou.
No lo puso recto del todo, pero lo dobló lo justo para poder librarse de un anzuelo sin muerte. No me ha dado tiempo de seguir vuestros consejos y comprar anzuelos más robustos, pero en la siguiente ocasión pienso ir más preparado. Me encontré con otros ejemplares más grandes, pero no quisieron saber nada de mis moscas.
Éste era verdaderamente grande. Estaba soleándose en una récula profunda junto a unas cuantas carpas de las "normalitas", de alrededor de 50 cms de longitud. Eso sí, no estaba por la labor de picar. Incluso un escarabajo natural pasó flotando por encima suyo batiendo el agua con sus patas y pasó olímpicamente de él. Imaginaros mis moscas.
Pero no sólo de barbos vive el hombre. Hubo carpas, alguna de tamaño respetable que me brindaron una pelea dura de poder a poder.
Eso sí, pescar uno de los mayores peces de tu vida y que la cámara decida hacer que parezca uno de los extraterrestres de la película "Cocoon" no tiene precio. Pero claro, mi respeto por los peces hace que me apresure en su devolución al agua: les hago una única foto y no me paro a comprobar si ésta ha salido bien antes de soltar al pez.
La de ayer fue una jornada fenomenal. Una auténtica paliza de andar por orillas pedregosas y escarpadas pero que mereció la pena. La naturaleza está muy viva, y fundirte en ella es todo un privilegio. No sólo por la pesca, sino tambien por pequeños detalles como este caballito del diablo extendiendo sus alas tras salir del agua y realizar su última muda. Una curiosidad: entre ambas fotos medió la pelea con la carpa de la primera foto, que me hizo volver sobre mis pasos para evitar que rodease el cabo que limitaba la récula en la que picó.
Un saludo y ¡buena pesca!