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jueves, 28 de agosto de 2014

Duncan Dhu

Como sabréis todos los que llevéis un tiempo leyendo mi blog, una cita ineludible durante mis vacaciones en el Pirineo es la visita, caña en mano, a alguno de los ibones que salpican la cordillera. Y por supuesto estas pasadas vacaciones no iban a ser diferentes en este sentido.

El ascenso, como de costumbre, empezó antes de que el sol asomara entre las cumbres. Resultó ser un poco más exigente físicamente de lo que me esperaba, pero lo más duro fue reprimir la tentación de montar la caña y probar suerte en algunas de las pequeñas pozas que forman el arroyo de desagüe del ibón. Las truchas que seguramente pueblan esas aguas tendrán que esperar a otra ocasión...


El esfuerzo bien merecía la pena, no solo por la jornada de pesca que se prometía en el destino, sino también porque permitía disfrutar de estampas realmente preciosas en plena naturaleza. En particular no pude evitar rendirme a esta ladera cuajada de lirios (Iris latifolia) Esa flor tan característica del Pirineo que, seguramente porque le recordaba nuestros ascensos a los ibones, tanto gustaba a mi padre.


Durante toda la subida el silencio se veía roto por la melodía que infinidad de ovejas, con sus esquilos, interpretaban sin parar. Mi temor a que aquel rebaño se dirigiese, como nosotros, al ibón iba en aumento conforme ganábamos altura y pude comprobar que efectivamente ése era el rumbo que llevaban. No tengo nada en contra de las ovejas, pero dado que las orillas son clave en la pesca de los ibones, no me seducía nada la idea de encontrarme a cientos de ellas haciendo del ibón su abrevadero. Por eso quizá mi mente se puso creativa y adaptó una popular canción que todos conoceréis colocando a las ovejas en el lugar de las gaviotas.


Pero no iban al lago, como tanto me temía. Justo antes de llegar pude comprobar que nuestros caminos simplemente se cruzaban y ellas pasaban de largo buscando pastos, algo que no encontrarían alrededor del ibón. Al contrario, únicamente un caos de bloques de granito enmarca sus cristalinas aguas. Tan claras eran éstas que la multitud de truchas que pude observar patrullando cerca de la orilla mientras preparaba el equipo más parecían flotar en el aire que estar nadando.


Con la actividad en superficie que mostraban las pintonas se prometía una buena jornada. La primera captura no se hizo esperar, y a esta siguieron pronto otras. Las truchas se mostraban confiadas y subían con avidez a por mi imitación. Sin embargo todo cambió cuando un grupo de jóvenes excursionistas llegaron, poco tiempo después que nosostros al ibón. Anunciaron su llegada con infinidad de gritos y, una vez establecidos en la orilla, se distrajeron mediante el lanzamiento de rocas al agua, creando más estruendo. No contentos con esto decidieron aprovechar la pendiente de uno de los neveros que aún se conservaban en la orilla para utilizarlo como tobogán en el que lanzarse al agua. Supongo que el contacto de la nieve con el bañador y la posterior entrada brusca en las frías aguas no son muy agradables, porque los alaridos se incrementaron con el nuevo entretenimiento. Aquel escándalo no detuvo la actividad de las truchas, pero si que condicionó que estuvieran más alerta y mucho más precavidas a la hora de subir a las moscas, por lo que los rechaces se multiplicaron con la consiguiente reducción en capturas.


Es una verdadera lástima que los monitores que acompañaban a los chavales no aprovecharan el marco que ofrecen estos magníficos rincones del Pirineo para concienciarlos en el respeto a los demás. No sólo porque afectaran  mi pesca, sino porque no creo que el resto de visitantes del ibón que fueron llegando a lo largo de la mañana llevasen en mente ascender por la montaña durante más de dos horas para "disfrutar" de la mala educación de unos adolescentes. Ya de paso podrían haberles dicho que guardando un poco las formas no se evita únicamente molestar a otras personas, sino que los pobres sarrios que huían despavoridos provocando avalanchas de rocas también desean vivir en paz. Sinceramente espero que aquel grupo no hiciera muchas más excursiones este verano. Puestos a elegir, ojalá fueran las ovejas las que hubieran venido al ibón.

PD: Esta entrada hace el número 100 de la historia de este blog. Muchas gracias a todos los que lo visitáis, y sobre todo a los que aportáis vuestros comentarios enriqueciendo su contenido. Sin vosotros esto no habría llegado hasta aquí. Y seguimos...

sábado, 23 de agosto de 2014

Eterna juventud

Ya de vuelta de las vacaciones toca organizar los recuerdos y, cómo no, compartir algunos de ellos. Empiezo con mi regreso al tramo de río que me vio nacer y crecer como mosquero, al que no había vuelto desde hacía varios años. En aquella época, sin carnet de conducir, me solía desplazar hasta allí en bicicleta, con todos los bártulos (incluído vadeador) a la espalda dentro de una mochila. En este reencuentro quizá haya cambios en los medios de locomoción y en la equipación de pesca, también algo más de experiencia en el pescador, pero lo que no ha variado ni un ápice es la ilusión con la que afrontar una nueva jornada de pesca.

 

Encontré un río vivaracho, saltarín, a pesar de que una presa le corta el riego. No solo el agua parecía sana, sino también el río en sí. Ya no estaban allí los fondos colmatados de mis recuerdos, sino que gravas y arenas sueltas es lo que ahora forma el lecho. Sin embargo mucho me temo que este cambio no se debe a una mejora en el régimen de caudales de salida de la presa, sino a que la riada que el año pasado vivió el Ésera tuvo un efecto muy positivo en este tramo.


A pesar de haber pasado únicamente poco más de un año desde ese evento, la respuesta de la población trucherase hace notar. Infinidad de pequeñas truchas subían al encuentro de mi mosca aunque seguramente su pequeño tamaño provocaba que ni siquiera les cupiera en la boca y la mayoría de las subidas acababan en simulacro. Sin duda las supervivientes a la riada supieron aprovechar los fondos limpios durante la última freza y el resultado es esa explosión demográfica de pequeñinas.


Y supervivientes quedan en el tramo unas cuantas. Eso sí, conseguir clavar una de estas truchas salvajes no garantiza su captura. Saben perfectamente cuáles son sus armas y cómo utilizarlas. Saltos y piruetas, que combinan con escaramuzas bajo las rocas, les permiten en la mayoría de los casos recuperar la libertad sin haber tenido contacto con el pescador.


Espero volver a encontrarlas allí el año que viene, y que el río conserve entonces la alegría y vida que tiene este año. Ojalá se mantenga así, eternamente joven, para poder seguir reencontrándome con mi juventud con cada visita.